martes, 13 de agosto de 2024

Empatía + neurodiversidad: una combinación ganadora


El Análisis Transaccional, una herramienta fascinante que nos permite desentrañar las complejas interacciones humanas, abre una ventana única al intrincado mundo emocional de las personas autistas. A través de este prisma, se revelan los matices de los diferentes estados del yo (Padre, Adulto, Niño) que, entrelazados, tejen experiencias emocionales de una profundidad insospechada, mostrando una singularidad extraordinaria en su forma de relacionarse con el mundo. Comprender cómo estos estados del yo operan en el contexto del autismo no es solo revelador, sino esencial para apreciar plenamente el universo emocional autista:

Estado Padre: Normas y Cuidado

El Padre Crítico Interno en las personas autistas puede ser asombrosamente severo. La autocrítica emerge con fuerza, juzgando con dureza sus propias respuestas emocionales, sobre todo cuando sienten que estas no encajan dentro de las estrictas normas sociales neurotípicas. Este estado del yo puede desencadenar una tormenta interna, un conflicto entre la autenticidad de su ser y la abrumadora presión por conformarse a lo que se espera. Por otro lado, el Padre Nutritivo se manifiesta en la búsqueda incansable de seguridad. Rutinas, espacios seguros, y comportamientos como el “stimming” se convierten en más que simples hábitos: son expresiones profundas de autocuidado, un diálogo interno que busca encontrar un refugio en un mundo que, con frecuencia, se presenta como un caos incomprensible.

Estado Adulto: Razonamiento y Realidad

En el estado Adulto Analítico, las personas autistas exhiben una capacidad casi sobrenatural para descomponer y analizar situaciones con una lógica impecable. No obstante, esta misma habilidad puede ser tanto una bendición como una trampa peligrosa. El enfoque riguroso en la lógica, aunque valioso, puede desconectarlos de la experiencia emocional subyacente, creando un vacío donde la razón prevalece pero las emociones quedan relegadas a un segundo plano. Aquí, la Negociación con la Realidad se vuelve una danza delicada. Este Adulto que negocia es quien evalúa cómo interactuar con el mundo exterior, buscando un equilibrio que respete sus necesidades internas y las exigencias externas. Sin embargo, navegar por los códigos sociales neurotípicos puede ser como intentar descifrar un enigma sin pistas claras, resultando en una batalla constante para encontrar un terreno común.

Estado Niño: Emociones y Espontaneidad

El Niño Natural emerge con una intensidad emocional que a veces puede parecer arrolladora. En este estado, las emociones se viven en su forma más pura y desbordante, una autenticidad que puede desconcertar a quienes no están acostumbrados a una franqueza tan desinhibida. Esta intensidad, por supuesto, es un regalo y un desafío en igual medida, dependiendo de cómo sea recibida y gestionada por su entorno. No obstante, el Niño Adaptado se enfrenta a una lucha distinta. La presión por conformarse puede obligarlo a reprimir o modificar sus emociones genuinas, encajando en un molde que no se ajusta a su verdadera naturaleza. Esta tensión constante, este tira y afloja entre ser auténtico y ceder a las expectativas externas, es una fuente inagotable de estrés emocional.

Interacciones Transaccionales: Conexión y Desconexión

Las Transacciones Complementarias y Cruzadas entre personas autistas y neurotípicas están cargadas de desafíos. Mientras las primeras pueden tener dificultades para alcanzar un entendimiento mutuo debido a las diferencias tanto en su percepción como en su expresión emocional, las segundas pueden encontrar que la comunicación se convierte en un campo minado de incomprensiones y frustraciones. Desde el análisis transaccional, el problema de la Doble Empatía cobra una nueva dimensión, volviéndose una cuestión de estados del yo que chocan entre sí. El Niño autista, con su emotividad pura y sin filtros, puede no ser comprendido por el Adulto neurotípico, quien responde desde la lógica más fría, o viceversa. Este desencuentro no es una falta de empatía per se, sino una desconexión entre los niveles de comunicación en los que cada uno opera.

Estrategias de Autocuidado y Regulación

El Padre Nutritivo se erige como un guía esencial en las estrategias de regulación emocional, como el "stimming" o la creación de espacios seguros. Estas prácticas no solo proporcionan equilibrio, sino que también demuestran un alto grado de autoconciencia y cuidado personal. Mantener Refugios del Niño Natural es vital para la salud emocional. Estos espacios permiten una expresión libre y auténtica de las emociones, una necesidad fundamental para el bienestar general de las personas autistas.

Construcción de Relaciones Empáticas

Desde el Adulto Comprensivo, adoptar una postura libre de juicios, llena de curiosidad, facilita una conexión más profunda y efectiva con el mundo emocional de las personas autistas. La Validación desde el Padre Nutritivo debe ser un acto de reconocimiento y respeto hacia las experiencias emocionales del otro, sin intentar cambiarlas ni juzgarlas. Crear Espacios para el Niño en cada persona, autista o no, es esencial para relaciones sólidas y significativas, permitiendo que las emociones fluyan y se comprendan en toda su profundidad.

Reflexión Final

El análisis transaccional nos ofrece una lente que nos permite ver más allá de lo evidente, desvelando las complejas dinámicas internas que rigen el mundo emocional de las personas autistas. Al comprender estas interacciones, no solo aprendemos a apreciar la riqueza y diversidad de sus emociones, sino que también nos acercamos a una comunicación más empática y efectiva. Este entendimiento mutuo, en última instancia, construye puentes que trascienden las diferencias, creando un entorno donde cada transacción emocional es valorada y respetada en toda su singularidad.

La transferencia: cuando el pasado se disfraza de presente


Nuestra percepción de los demás no surge de la nada; se construye con las huellas complejas  de personas que alguna vez conocimos y las experiencias frescas con quienes ahora nos rodean. En el análisis transaccional, esta dinámica se descompone en un baile continuo entre los estados del Yo: el Padre, el Adulto y el Niño. Es casi imposible percibir a alguien como una entidad completamente nueva; en realidad, lo que vemos es una amalgama intrincada de nuestras expectativas preexistentes, esquemas latentes y la esencia de la persona en cuestión.

Esta fusión ineludible de pasado y presente en nuestra vida cotidiana se debe a la rapidez implacable de los procesos de memoria implícita, que operan casi de forma automática, tejiendo la memoria explícita y la experiencia consciente. Así, cuando nos encontramos ante alguien, nuestra percepción ya ha sido esculpida, tal vez sin que lo notemos, por las sombras de encuentros previos, activando respuestas desde los rincones del Yo Niño o del Yo Padre, en lugar de un enfoque equilibrado desde el Yo Adulto.

Cuando reaccionamos de manera que no encaja del todo con la realidad del momento, muchas veces se debe a un fenómeno llamado transferencia. Desde la óptica del análisis transaccional, esto se manifiesta como una distorsión de la realidad del otro, coloreada por nuestras propias vivencias pasadas, despertando reacciones automáticas que emergen desde el Yo Niño o el Yo Padre.

El ritmo vertiginoso de la memoria implícita, en contraste con el más lento y deliberado procesamiento de la memoria explícita, permite que la amígdala, con su urgencia instintiva, nos alerte de posibles peligros y desencadene una reacción fisiológica antes de que podamos comprenderla conscientemente. Este trasfondo afectivo moldea entonces nuestra percepción consciente, influyendo en cómo interpretamos a quienes nos rodean y guiando, sutilmente, nuestras transacciones y los estados del Yo que se activan en cada interacción.

La transferencia ocurre cuando recuerdos sociales implícitos del pasado, cargados de sensaciones y emociones, resurgen y se reflejan en nuestras relaciones actuales. Esas memorias, ligadas a personas importantes en nuestras vidas, no se quedan en el pasado; se cuelan en el presente y moldean nuestras interacciones. Imagina, por ejemplo, a una clienta que, debido a experiencias de abuso con cuidadores y figuras de autoridad, anticipa que su terapeuta se involucrará sexualmente con ella. O considera a otro cliente que, buscando manipular al terapeuta, lo empuja a asumir el rol de su madre sobreprotectora y controladora, esperando consejo y cuidado constante.

Estos recuerdos, que pueden despertar en cualquier relación, se intensifican aún más dentro del contexto terapéutico, donde la dinámica de poder y la intimidad juegan un papel crucial. El cliente puede llegar a sentir que sus emociones son provocadas directamente por el terapeuta, aunque estas tengan raíces profundas en su pasado.

La transferencia es un elemento clave en la psicoterapia porque revela las primeras luchas del cliente, esas batallas internas por amor, seguridad y supervivencia, que a menudo están ocultas en la memoria explícita. Recuerdo a un cliente que, tras una avalancha de comentarios críticos hacia mí, tuvo un momento de claridad y dijo: "Sabes, no es personal; simplemente me encanta herir a la gente por no amarme lo suficiente." Esa frase encapsula la esencia de la transferencia, un proceso donde las heridas del pasado se proyectan en el presente, distorsionando la realidad del aquí y ahora.

La transferencia no se limita a las paredes de un consultorio terapéutico. En realidad, es un fenómeno que se entrelaza en la cotidianidad, emergiendo en diferentes relaciones y situaciones. ¿Dónde, exactamente? 

Es fácil que puedas imaginar a un empleado que, sin darse cuenta, proyecta sus emociones y expectativas en su jefe, viéndolo como una figura paternal o maternal. Tal vez busca, de manera constante, la aprobación de su superior, casi como si estuviera reviviendo la vieja necesidad de recibir un reconocimiento que alguna vez esperó de un padre distante. Y cuando el jefe, en lugar de ofrecer ese tan ansiado reconocimiento, se muestra crítico o frío, el empleado podría sentir un rechazo que le lleva a reaccionar de manera exagerada. Una simple corrección, entonces, se convierte en una herida profunda, anclada en el pasado.

En el terreno de las relaciones románticas, la transferencia juega sus cartas de manera sutil, pero poderosa. Alguien que ha sufrido una traición en una relación anterior podría, sin siquiera ser consciente de ello, esperar lo mismo de su nueva pareja. Esto podría explicar los celos irracionales y la desconfianza, no tanto porque el presente lo justifique, sino porque las cicatrices del pasado tiñen la percepción del ahora. Las heridas no sanadas siguen susurrando, alimentando reacciones basadas más en el temor que en la realidad.

Y qué decir de las amistades. En vínculos cercanos, uno puede comenzar a ver a su amigo como un apoyo incondicional, casi como un hermano o hermana. Pero si la infancia estuvo marcada por una relación conflictiva con un hermano mayor, esos viejos sentimientos podrían resurgir, proyectados sobre el amigo. De repente, la persona se siente abandonada o traicionada si no recibe la atención esperada. Y así, nacen conflictos que, en verdad, están profundamente enraizados en la niñez, más que en la realidad actual de la amistad.

Finalmente, en una reunión familiar, una persona puede proyectar en un primo o un tío emociones que, en realidad, pertenecen a la relación con su padre o su madre. Quizás un tío que tiene un comportamiento o una apariencia similar a la del padre se convierte, sin razón aparente, en el receptor de la hostilidad o la distancia que originalmente estaban dirigidas al progenitor.

En todos estos ejemplos, la transferencia actúa como un lente distorsionador, haciendo que las personas respondan a su presente como si estuvieran reviviendo su pasado. Sin embargo, al reconocer estos patrones, se abre la puerta para entender mejor nuestras reacciones y, con ello, mejorar nuestras relaciones interpersonales.


Fuente: The Neuroscience of Human Relationships: Attachment and the Developing Social Brain (2nd ed.) Autor: Louis Cozolino Editorial: W. W. Norton & Co.

sábado, 10 de agosto de 2024

Cuento para Lena: nadie es tan sábio como todos juntos




Había una vez un pequeño pueblo llamado Armonía, allí vivían unas personas que, aunque con mucho talento en sus propias áreas, debían enfrentar retos y dificultades que hacía necesario que colaboraran entre ellos para encontrar soluciones. Cada uno de ellos era muy bueno en un área y se habían especializado: Elena, la ingeniera; Carlos, el agricultor; Marta, la maestra; Pedro, el médico; y Ana, la cuidadora.

Elena era muy admirada por su capacidad para resolver problemas complejos con soluciones ingeniosas. Cuando una tormenta azotó el pueblo dejandolos aislados del pueblo vecino, ella sugirió construir un puente para poder volver a tener comunicación con sus vecinos. Con su inteligencia lógica-matemática diseño un puente estable, incluso aunque el terreno era inestable. Su habilidad para realizar cálculos precisos y para la planificación de estructuras permitió la construcción de un puente seguro y duradero.

Carlos, era un apasionado de la naturaleza y el cultivo de plantas, conocía cómo adaptar los métodos de cultivo a las nuevas condiciones del suelo después de la tormenta. Por ello, propuso cultivar los vegetales adecuados para crecer rápidamente en un suelo tan dañado. Su inteligencia naturalista le permitió identificar las plantas adecuadas y enseñar a los demás cómo cultivarlas para que crecieran de forma adecuada.

Marta era una experta en historia y literatura, y además era una excelente comunicadora. Les contó a todos una historia de una antigua civilización que superó una catástrofe, similar a la que ellos estaban padeciendo, mediante la unión de todo el pueblo. Su inteligencia lingüística le permitió organizar a los voluntarios, manteniéndoles motivados e inspirándolos con sus palabras, guiándolos en la busqueda de materiales necesarios para la construcción del puente y para la siembra de nuevos cultivos.

Pedro era valorado no solo por sus habilidades curativas, sino también por su gran empatía y capacidad para comunicarse con los demás. Decidió crear un pequeño centro de salud para cuidar a los que se enfermaban o se lesionaban durante los trabajos de reconstrucción. Su inteligencia interpersonal garantizaba que se pudiera formar un eficaz equipo de trabajo y crear un ambiente de apoyo y cooperación.

Ana, muy destacada por su capacidad de autoconciencia y comprensión de las emociones, organizó un refugio para los ancianos, enfermos y niños, asegurándose de que tuvieran comida, agua y cuidado constante. Utilizó su inteligencia intrapersonal para mantener la calma y para ofrecer consuelo a los más vulnerables, siempre asegurandose de que nadie se sintiera solo o desatendido.

Fueron pasando los días y los habitantes de Armonía vieron cómo sus esfuerzos daban frutos. El puente quedó terminado, de manera que el suministro de alimentos y medicinas pudo llegar de nuevo al pueblo. Paralelamente, los campos comenzaron a florecer con los nuevos cultivos, y la salud de los habitantes mejoraba gracias al centro de salud de Pedro y los cuidados constantes de Ana.

Así fue como el pueblo Armonía aprendió una valiosa lección: aunque cada uno tenía sus propias habilidades y conocimientos, solo la combinación de estas fuerzas fue lo que realmente les permitió superar la adversidad. Pudieron experimentar como el trabajo conjunto, la colaboración y la unión de sus talentos había demostrado que, en verdad, ninguno de ellos era tan inteligente como lo fueron todos juntos.

Armonía, a partir de entonces, presumía de un lema:  "La sabiduría de uno es buena, la sabiduría de todos es mejor". Este lema nunca lo olvidaron, y cada vez que enfrentaban un nuevo desafío, recordaban la importancia de unir sus fuerzas y trabajar en equipo, siempre contando con el inquebrantable apoyo de Ana, quien cuidaba de los más vulnerables, asegurándose de que nadie se quedara atrás.