Las constantes crisis de muerte y
renacimiento
Nuestra
primera gran crisis ocurre en el parto. Nuestro mundo perfecto, donde todo
estaba organizado y bien organizado se destruye un horrible día y se nos lanza
afuera, sin tener ni idea de lo que nos espera.
Lo
normal sería que no pudiéramos sobrevivir, porque somos las criaturas menos preparadas de
la naturaleza para andar solos afuera del útero materno, divino lugar en el que todas nuestras
necesidades están cubiertas sin siquiera tener que pedirlo. En términos de AT, y
para simplificar (no es así tan simple, pero aquí nos servirá) diremos que
Estado del Yo en el Útero es un círculo perfecto. Sólo está el Niño. No es un
Estado del Yo, es el Yo mismo. No existe nada mas que yo y todo es para mi, todo
está bien, haga lo que haga. No tengo que luchar por mi supervivencia, mi
supervivencia está garantizada automáticamente.
Si,
es al útero al que se debe referir en clave metafórica la religión católica cuando
hablan del paraíso de Adán y Eva del que fueron expulsados.
Y
de pronto ese Rey de Reyes que andaba tan tranquilo se encuentra que tiene
carencias, que tiene frío, calor, hambre, escozor, dolores, incomodidades, que no entiende que son y porqué, pero que no
le gustan y que lo quiere evitar. Buscará siempre el placer y el sosiego de su paraíso
perdido en el que todas sus necesidades estaban cubiertas.
Menos
mal que al nacer, como cualquier otro animalito, de fábrica, ya traemos instalados ciertos programas absolutamente
necesarios para nosotros. Programitas que hacen que funcione la respiración, la
regulación cardiaca, la circulación de la sangre, la digestión, etc, que sin que
tengamos que atender las tareas de supervivencia nosotros de forma consciente, nuestro cuerpo las
realiza de manera inconsciente y automática. Gracias a nuestro sistema nervioso autónomo o
vegetativo nuestro cuerpo funcionará de la mejor manera posible para
cubrir todas nuestras necesidades internas.
Digamos
que es la parte del útero que siempre llevaremos encima, la parte
protectora y nutritiva que se nos ha regalado, que trabaja día y noche, segundo
tras segundo para mantenernos con vida y de la mejor manera posible. La mayoría
no somos consciente de que esa parte tiene una importancia tan vital en nuestro
bienestar y por eso, a veces, no la
tratamos adecuadamente. Pero eso es otro tema.
Bueno,
volvamos al bebecito o bebito perdido en el espacio del afuera y rodeado de un mundo que
desconoce, del que no tiene ni idea, que no sabe cómo le va a afectar (recuerda
que el estaba en su yo mismo tan ricamente satisfecho). Ahora empieza a sentir
cosas que no le gustan y cosas que si le gustan. Menos mal que su parte
automática del sistema autónomo también tiene una función muy interesante que
le ayudará a relacionarse con el mundo. Es una parte que le moverá buscando y expresando el
placer y rechazando el displacer. Estas acciones estimularán a su entorno a cubrir sus
necesidades, o no, ya veremos, ahora ya no es automática la respuesta.
El
sistema autónomo activará el sistema simpático para que reclamemos, nos
quejemos, gritemos, nos agitemos, busquemos, rechacemos, etc. Es decir, el sistema simpático hará que busquemos evitar las emociones negativas que nos provoca alguna
incomodidad o amenaza y nos impulse a demandar que nuestra comodidad o seguridad sea restituida. Inmediatamente recuperado
el estado deseado, la activación automática del parasimpático permitirá
regenerar todo nuestro organismo y volver a un cómodo equilibrio interno en el que todo volverá a funcionar de forma optima.
Aquí
es dónde el programa por defecto puede tener dificultades. Este programa, es un
tanto más complejo de ejecutarse y ser eficiente, porque a medida que vayamos interactuando con el mundo y cocreandolo con los demas, nuestras respuestas internas van a estar muy conectadas a esa otra realidad externa y nuestra interpretación. Ahora, al
contrario de cuando estábamos en el útero materno, que no teníamos ninguna
responsabilidad en cubrir nuestras necesidades, no podíamos elegir, ahora sí.
Una vez que estamos en la intemperie del “afuera” tenemos que aprender a responsabilizarnos de nuestro proceso de reequilibrio, desarrollando una conciencia (Adulto) y una voluntad y guía (Padre) que nos permita volver al equilibrio u homeostasis interna.
Una vez que estamos en la intemperie del “afuera” tenemos que aprender a responsabilizarnos de nuestro proceso de reequilibrio, desarrollando una conciencia (Adulto) y una voluntad y guía (Padre) que nos permita volver al equilibrio u homeostasis interna.
En
el largo camino de aprendizaje (los humanos somos muy lentos en esto) es cuando
intervienen papa y mamá y todos esos mayores que nos rodean y nos dicen (o vemos
cómo lo hacen) cómo estar bien con nosotros mismos y con el mundo. De todos
esos mensajes iremos formando nuestro Estado del Yo Padre. Esta será la teoría que estudiaremos para luego prácticarla durante la vida. Se instalará en
nosotros como un sombrero del que apenas somos conscientes. Dice Kurtn Lewin “Nada más práctico que una buena teoría” . Y así es cuando las teorías nos ayudan a manejarnos tanto en los buenos como en los malos momentos. Sin embargo, no siempre las teorías son las adecuadas, incluso si son adecuadas en algunos momentos, no tienen porqué seguir siendolas en otros.
Y no hace falta que a estas alturas te diga, que a pesar de los siglos que llevamos practicando esto de mantener la homeostasis o el equilibrio interno y el externo, parece que no es algo en lo que todo el mundo haya coincidido en cómo hacerlo. Mas bien discrepamos bastante.
Y no hace falta que a estas alturas te diga, que a pesar de los siglos que llevamos practicando esto de mantener la homeostasis o el equilibrio interno y el externo, parece que no es algo en lo que todo el mundo haya coincidido en cómo hacerlo. Mas bien discrepamos bastante.
Por
eso podremos ver sombreros de muchas clases.
El
Estado del Yo Padre es un programa que pasa de padres a hijos y de generación
en generación y de sociedad en sociedad con pocas actualizaciones. Precisamente
porque pretende ser sencillo, claro y eficaz. No se roba, no se mata, no se meten
los dedos en la nariz, no se grita, en fin… valores absolutos y el más absoluto
de todos "no es no", o "no porque lo digo yo y basta".
Los
mayores suelen dar al pequeño proyecto de adulto aquellas reglas generales que
a ellos les dieron, y que ni siquiera han reflexionado si funcionaban o no,
porque normalmente las reglas del Estado Parental no se cuestionan, a no ser
que te interese complicarte la vida e invertir mucho esfuerzo. Sabemos que el esfuerzo,
en general, lo preferimos evitar. Por tanto “esto es así porque es así y punto”
nos ahorra mucha energía.
Otros
mensajes parentales que son introyectados en el Estado del Yo Padre, de manera
más discreta pero no menos inefable, es la manera de ver el mundo de los
padres. Por ejemplo, Lucas odiaba que su padre catalogara a la gente como los
cultos y los que no saben hacer la “o” con un canuto. Él rechazaba y renegaba
de esta visión tan soberbia sobre la gente, le parecía muy fascista y poco
humilde, lo cual le llevó a rebelarse una y otra vez contra los discursos
morales e ideológicos de su padre y elaborar una ideología totalmente opuesta
progresista y solidaria. Además de las discusiones que mantenía con su padre
sobre lo absurdo de las “clases sociales”, él se relacionaba
con los otros de forma “ritual”, creía que debía invitar a su casa a todo tipo
de gente sin distinción de clases ni erudiciones, eso le hacía sentirse en paz con lo que “tenía
que ser” reactivo. Él se cree en la antípodas ideológicas de su progenitor, y eso
parecería a cualquiera que lo escuchara y lo observara, si no se quedan el
tiempo suficiente como para descubrir en su discurso, en debates apasionados, y
en momentos de apuro emocional, una clara tendencia a clasificar a la gente y abortar
el conflicto juzgando al otro como… cateto.
Si,
el Estado del Yo Padre es como un sombrero que ni siquiera sabemos que llevamos
puesto pero que todo el mundo ve. La gente ve el tipo de sombrero que llevamos
y a veces ya no ve lo que hay debajo de él, nuestro sombrero nos etiqueta socialmente, ante
el otro y nos define incluso ante nosotros mismos. Y esto ocurre, pese a que el sombrero sea la parte menos
nuestra, la que menos representa a ese ser que realmente somos, ese bebecito
que lucha cada día por cubrir sus necesidades fuera de su maravilloso útero.
Afortunadamente
la naturaleza (ya sabéis de su sabiduría) nos otorga una herramienta más para
que podamos coordinar el sombrero con el bebito, no vaya a ser que el sombrero
asfixie al bebito y en vez de protegerle lo anule y/o maltrate (hay sombreros
muy peligrosos). El
cerebro poco a poco va desarrollando un área que le permite reflexionar sobre
sí mimo, sobre lo que aprende, sobre lo que significan sus emociones, sobre su
sombrero. Es la última área que terminamos de desarrollar, es la corteza prefrontal. De esta área dependerá
nuestra capacidad de razonamiento, permitiendo el pensamiento lógico y la consciencia. Es una
de las áreas más relevantes a la hora de poder adaptar nuestra conducta a las
situaciones en el aquí y ahora, además de permitirnos realizar operaciones
cognitivas complejas.
Termina
de desarrollarse en las chicas sobre los 21 y 22 años y en los
chicos sobre los 30 según algunos investigadores (me ahorraré el chiste fácil).
De ahí que la adolescencia sea tan dura, padres e hijos, ambos sufren el
retraso en el desarrollo de corteza prefrontal.
Así
pues, la corteza prefrontal, el Adulto, es la parte que más tarde termina de desarrollarse y casualmente
la que más pronto empieza a deteriorarse.
Permitidme
pensar que empieza a deteriorarse cuando el bebito ha construido un lugar mas seguro
en su “afuera”, que le permite cubrir sus necesidades, que ahora conoce y sabe
cómo satisfacer de manera autónoma.
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