La vergüenza y la culpa nos asaltan, nos arrojan contra lo peor de nuestro pasado, analizan al detalle todas nuestras acciones, nos hacen dudar de lo que hemos entendido, escuchado, dicho, hecho o incluso pensado. ... Y no importa cuánto intentemos echarlas de nuestra vida, vuelven con más fuerza, se instalan en nuestro corazón.
La vergüenza no tiene sentido del humor, todo en ella es muy dramático, muy serio, muy terrible.
Es la “madre bruja” o el “padre ogro” quien critica lo que nos atrevimos a hacer, decir o incluso pensar. Dramatiza todo y nos abruma, haciéndonos dudar en gran medida de nuestra valía.
Su principal preocupación: el "qué dirán", porque de ello se derivará la imagen que tenemos de nosotros mismos y la que creemos que los demás tienen de nosotros, es decir, nuestra autoimagen.
La vergüenza nos hace querer escondernos bajo tierra, desaparecer. Nos da la sensación de no ser adecuados.
Vergüenza, que proviene del latín verecundĭa, es la turbación del ánimo que se produce por una falta cometida o por alguna acción humillante y deshonrosa, ya sea propia o ajena.
Por tanto nos invita a sentirnos humillados frente a otros, a sentir el vacío de ser excluido.
La culpa es astuta, aguda, incisiva, tiene una memoria imborrable de la cual alardea en cuanto tiene la mínima oportunidad.
En cuanto se adueña de nosotros, su amiga del alma, la angustia, se une a la culpa.
La culpa tiene una gran capacidad para generar grandes sermones de Padre Crítico Interno, a veces interminable.
¡TODO lo que HACEMOS está MAL! Sin compasión. Sin matices. Sin consideraciones. Sólo maneja el blanco y el negro.
Claro que su “intención” es muy noble: volver a ponernos en el camino correcto porque, obviamente, nos hemos alejado del camino correcto.
La vergüenza y la culpa se pueden hacer patológicos cuando:
- nos dominan y se siente de una manera muy duradera en el tiempo (emociones elásticas, rebusques, etc.)
- causan sufrimiento mental intenso, con demasiada frecuencia (diálogos internos destructivos)
- son lo suficientemente fuertes como para crear sufrimiento pero no lo suficiente como para modificar nuestro comportamiento
- son inapropiados al aquí y al ahora,
- están totalmente ausentes de nuestro día a día (Exclusión de Estado Padre)
La autocrítica es un mecanismo de autoevaluación asociada con nuestro sistema de creencias que surge cuando hemos transgredido un principio, un valor en el que creemos.
Cuando la culpa nos apunta con su dedo es porque no hemos respetado las reglas del juego. Nuestro Padre Interno tiene, entonces, que decir algo; raramente su intención es hacernos sufrir, al contrario quiere señalarnos, de nuevo, la vuelta a hacer las cosas como nuestras creencias consideran que tienen que ser.
El problema es cuando tenemos reglas o principios que no son nuestros, son aprendidos de otros y quizás ya son obsoletos o no están justificadas en el momento actual. Otras creencias son fruto de nuestro entorno social, nuestra educación, nuestras experiencia pasadas, nuestras exigencias personales, etc. Algunas, de todas ellas, nos ayudan todos los días, otras nos impiden desarrollarnos y sólo nos hacen sufrir.
Es adecuado, ante las emociones de culpa o vergüenza, empezar por identificar la regla que hemos roto revisando nuestros sistemas de creencias y luego preguntándonos sobre la bondad actual de esta regla:
¿Es adecuada u obsoleta?
Si es adecuada: ¿Cómo compensar mi error y evitar una nueva transgresión?
Y finalmente, pide a tu Padre Nutritivo autocompasión y perdón y el permiso a cometer errores y a aceptarlos como parte de nuestra humanidad.
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