Dice Berne que todos nacemos príncipes y princesas, o dicho de otro modo, todos tenemos la posibilidad de vivir una vida rica y significativa. Después, en nuestras relaciones con los demás, tomamos decisiones auto-limitadoras con las que nos convertimos en sapos o ranas.
Si nacemos con la capacidad de sentir nuestro poder, de abrirnos a todas las posibilidades y de elegir. ¿Por qué sufrimos tanto en el camino?
Sin entra a juzgar que responsabilidad tuvo nuestro entorno, o si la tuvo o no, lo cierto es que una gran parte de los seres humanos, perdemos esta capacidad de reconocer y seguir una dirección adecuada a causa de nuestras guerras internas que merman y embotan nuestra consciencia por la contaminación un Padre rígido y de la resistencia o sufrimiento del Niño.
Pensamientos y sentimientos automáticos, por lo general, nos dirigen hacia direcciones opuestas y nos bloquean con sus luchas internas creando desolación, pérdida del rumbo y desesperanza.
El pensamiento rígido del Padre nos limita y, muchas veces, bloquea nuestra disposición a vivir de forma creativa y libre.
Aprender a elegir y experimentar los valores funcionales y nutritivos del Padre para que protejan y alienten al Niño es una de las tareas fundamentales para el bienestar interno. Esta aprendizaje sólo se puede hacer desde el Adulto y en el aquí y ahora (es decir, vivencialmente).
Los valores custodian al Niño y lo motivan vitalmente incluso frente a las adversidades personales más penosas. El sufrimiento inevitable, acompañado del sentido que le otorga los valores elegidos, es aceptado por el Niño y le libera de un sufrimiento adicional.
No es tarea fácil en un principio, porque el Adulto ha de entrenarse para asumir los diálogos internos y buscar propósito y claridad en ese caos.
El Adulto Consciente distinguirá los valores propios de los prestados. Se guiará por aquellos valores que otorguen un significado pleno a su existencia y que reciban, por tanto, la aceptación y lealtad de su Niño interno.
Cuando la persona vive sometida por sus diálogos internos conflictivos, se experimenta a la deriva, sin rumbo, en medio de grandes oleajes que apenas dejan ver el camino de vuelta.
Cuando el Adulto asume el mando de la embarcación, reconoce la dirección vital, utiliza la brújula para ejercer los cambios oportunos, respeta e integra los distintos valores y emociones de la tripulación y, en definitiva, se compromete a llegar a “buen puerto” con la tripulación a salvo.
El Adulto percibe los valores propios a través de la experiencia, busca en ella los pensamientos y emociones reforzadoras de nuestras conductas coherentes.
Entre todos los valores aprendidos socialmente o de nuestras figuras parentales, podemos descubrir aquellos que han sido elegidos y aceptados coherentemente por nuestros estados del yo Padre, Adulto y Niño. Qué se mantienen como inspiradores, deseables y protectores en cualquier circunstancia, garantizando nuestro equilibrio interno.
Los valores no son algo a alcanzar en el futuro, son reforzadores de nuestra conducta presente. Dan significado a nuestra vida en un continuo, como el mapa del capitán del barco que marca un camino seguro para la navegación. Sólo cuando el capitán conoce el mapa, puede dirigir el barco y proteger a la tripulación hasta llegar al destino.
No todos los mapas son válidos, el Adulto consciente ha de elegir qué mapa es el correcto para alcanzar su propósito.
El Adulto podrá mantener el mapa como referencia durante el viaje, sin embargo, estas directrices han de ser flexibles para poder adaptarse a las imperfectas condiciones del viaje.
Un Adulto mal informado puede confundir los valores del Padre con los sentimientos del Niño.
Por ejemplo, el amor incondicional es un valor, es la elección de amar no importando las consecuencias ni las decepciones porque se ama la esencia de la persona no importando si se equivoca o no. Este valor no nos ata al objeto amado, porque atarnos emocionalmente lo convertiría en un sentimiento que necesita ser cuidado y respondido, por lo tanto condicional.
Se puede amar como un valor que guíe nuestros comportamientos, incluso aunque estemos dolidos con esa persona o simplemente tengamos que separarnos de ella por el bienestar mutuo.
A mucha gente le cuesta entender la incondicionalidad como valor del Padre porque lo confunde con las necesidades del Niño de ser amado.
“Amar incondicionalmente a alguien no significa darle tu tiempo incondicional. A veces, amar completamente significa no volver a ver a alguien nunca más. Esto también es amor. Esto es darle a alguien la libertad de existir y ser feliz, incluso si debe serlo sin ti”
-Vironika Tugaleva-
El Adulto consciente para reconocer nuestros propios valores ha de plantear las preguntas que durante mucho tiempo hemos evitado hacer.
¿Qué es lo que me mantiene haciendo lo que estoy haciendo?
¿Qué me mantiene unida a esta relación?
¿Qué sentido y significado tiene mi vida?
¿Qué historias y rituales me están impidiendo escuchar mi verdadera voz? Aquella voz que fue acallada, descontada o rechazada. Esa que está oculta bajo las cicatrices que formaron las palabras y discursos de las figuras de poder.
Pero las respuestas no siempre le reportaran conocimiento y seguridad al Adulto, otro valor importante ha de ser incorporado para seguir navegando incluso cuando la ruta no esté en el mapa: la confianza.
El Adulto puede recuperar la confianza en su propia voz, esa confianza original y auténtica.
Alphonso Lingis dice en su Libro “La confianza”:
“La confianza, que es tan convincente como la creencia, no la produce el conocimiento. En la confianza, uno se adhiere a algo que ve solo de manera parcial o poco clara o que comprende vagamente o de forma ambigua. Uno se adhiere a alguien cuyas palabras o cuyos movimientos uno no comprende, cuyas razones o motivos no se ven ”
Como resultado de la confianza, incluso cuando yo no puedo entender inmediatamente lo que el otro quiere, quiere decir y piensa, yo puedo tomar la decisión de confiar en esa persona a pesar de esto. Lo mismo sucede con nuestra autoconfianza, la confianza como valor hacia nuestra forma de relacionarnos con nosotros mismos, asume un riesgo y cierta incertidumbre. El Adulto consciente está preparado para guiarnos a través de ello.
El Adulto confía en el mapa y sabe que le guiará en el camino, incluso cuando a veces, no comprenda muy bien, como sorteará los obstáculos que indudablemente aparecen.
El Adulto confía en las emociones del Niño, incluso cuando no está seguro de entender todo lo que quiere comunicar, sigue confiando en que es algo relevante para él.
El Adulto Consciente sabe que el conocimiento está en un estado constante de cambio y movimiento y que su función es adaptar su barco a ese movimiento. Reconoce las diversas posibilidades, sin condenar ni glorificar ninguna, solo eligiendo aquella que se ajustan a sus necesidades en el aquí y ahora para seguir navegando hacia su destino significativo.
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