martes, 13 de agosto de 2024

La transferencia: cuando el pasado se disfraza de presente


Nuestra percepción de los demás no surge de la nada; se construye con las huellas complejas  de personas que alguna vez conocimos y las experiencias frescas con quienes ahora nos rodean. En el análisis transaccional, esta dinámica se descompone en un baile continuo entre los estados del Yo: el Padre, el Adulto y el Niño. Es casi imposible percibir a alguien como una entidad completamente nueva; en realidad, lo que vemos es una amalgama intrincada de nuestras expectativas preexistentes, esquemas latentes y la esencia de la persona en cuestión.

Esta fusión ineludible de pasado y presente en nuestra vida cotidiana se debe a la rapidez implacable de los procesos de memoria implícita, que operan casi de forma automática, tejiendo la memoria explícita y la experiencia consciente. Así, cuando nos encontramos ante alguien, nuestra percepción ya ha sido esculpida, tal vez sin que lo notemos, por las sombras de encuentros previos, activando respuestas desde los rincones del Yo Niño o del Yo Padre, en lugar de un enfoque equilibrado desde el Yo Adulto.

Cuando reaccionamos de manera que no encaja del todo con la realidad del momento, muchas veces se debe a un fenómeno llamado transferencia. Desde la óptica del análisis transaccional, esto se manifiesta como una distorsión de la realidad del otro, coloreada por nuestras propias vivencias pasadas, despertando reacciones automáticas que emergen desde el Yo Niño o el Yo Padre.

El ritmo vertiginoso de la memoria implícita, en contraste con el más lento y deliberado procesamiento de la memoria explícita, permite que la amígdala, con su urgencia instintiva, nos alerte de posibles peligros y desencadene una reacción fisiológica antes de que podamos comprenderla conscientemente. Este trasfondo afectivo moldea entonces nuestra percepción consciente, influyendo en cómo interpretamos a quienes nos rodean y guiando, sutilmente, nuestras transacciones y los estados del Yo que se activan en cada interacción.

La transferencia ocurre cuando recuerdos sociales implícitos del pasado, cargados de sensaciones y emociones, resurgen y se reflejan en nuestras relaciones actuales. Esas memorias, ligadas a personas importantes en nuestras vidas, no se quedan en el pasado; se cuelan en el presente y moldean nuestras interacciones. Imagina, por ejemplo, a una clienta que, debido a experiencias de abuso con cuidadores y figuras de autoridad, anticipa que su terapeuta se involucrará sexualmente con ella. O considera a otro cliente que, buscando manipular al terapeuta, lo empuja a asumir el rol de su madre sobreprotectora y controladora, esperando consejo y cuidado constante.

Estos recuerdos, que pueden despertar en cualquier relación, se intensifican aún más dentro del contexto terapéutico, donde la dinámica de poder y la intimidad juegan un papel crucial. El cliente puede llegar a sentir que sus emociones son provocadas directamente por el terapeuta, aunque estas tengan raíces profundas en su pasado.

La transferencia es un elemento clave en la psicoterapia porque revela las primeras luchas del cliente, esas batallas internas por amor, seguridad y supervivencia, que a menudo están ocultas en la memoria explícita. Recuerdo a un cliente que, tras una avalancha de comentarios críticos hacia mí, tuvo un momento de claridad y dijo: "Sabes, no es personal; simplemente me encanta herir a la gente por no amarme lo suficiente." Esa frase encapsula la esencia de la transferencia, un proceso donde las heridas del pasado se proyectan en el presente, distorsionando la realidad del aquí y ahora.

La transferencia no se limita a las paredes de un consultorio terapéutico. En realidad, es un fenómeno que se entrelaza en la cotidianidad, emergiendo en diferentes relaciones y situaciones. ¿Dónde, exactamente? 

Es fácil que puedas imaginar a un empleado que, sin darse cuenta, proyecta sus emociones y expectativas en su jefe, viéndolo como una figura paternal o maternal. Tal vez busca, de manera constante, la aprobación de su superior, casi como si estuviera reviviendo la vieja necesidad de recibir un reconocimiento que alguna vez esperó de un padre distante. Y cuando el jefe, en lugar de ofrecer ese tan ansiado reconocimiento, se muestra crítico o frío, el empleado podría sentir un rechazo que le lleva a reaccionar de manera exagerada. Una simple corrección, entonces, se convierte en una herida profunda, anclada en el pasado.

En el terreno de las relaciones románticas, la transferencia juega sus cartas de manera sutil, pero poderosa. Alguien que ha sufrido una traición en una relación anterior podría, sin siquiera ser consciente de ello, esperar lo mismo de su nueva pareja. Esto podría explicar los celos irracionales y la desconfianza, no tanto porque el presente lo justifique, sino porque las cicatrices del pasado tiñen la percepción del ahora. Las heridas no sanadas siguen susurrando, alimentando reacciones basadas más en el temor que en la realidad.

Y qué decir de las amistades. En vínculos cercanos, uno puede comenzar a ver a su amigo como un apoyo incondicional, casi como un hermano o hermana. Pero si la infancia estuvo marcada por una relación conflictiva con un hermano mayor, esos viejos sentimientos podrían resurgir, proyectados sobre el amigo. De repente, la persona se siente abandonada o traicionada si no recibe la atención esperada. Y así, nacen conflictos que, en verdad, están profundamente enraizados en la niñez, más que en la realidad actual de la amistad.

Finalmente, en una reunión familiar, una persona puede proyectar en un primo o un tío emociones que, en realidad, pertenecen a la relación con su padre o su madre. Quizás un tío que tiene un comportamiento o una apariencia similar a la del padre se convierte, sin razón aparente, en el receptor de la hostilidad o la distancia que originalmente estaban dirigidas al progenitor.

En todos estos ejemplos, la transferencia actúa como un lente distorsionador, haciendo que las personas respondan a su presente como si estuvieran reviviendo su pasado. Sin embargo, al reconocer estos patrones, se abre la puerta para entender mejor nuestras reacciones y, con ello, mejorar nuestras relaciones interpersonales.


Fuente: The Neuroscience of Human Relationships: Attachment and the Developing Social Brain (2nd ed.) Autor: Louis Cozolino Editorial: W. W. Norton & Co.

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