sábado, 4 de septiembre de 2021

Mister Jekyll y Mister Hyde


Estaban tomando un café en la mesa de una terraza frente al mar. El quería, por enésima vez, que ella le perdonara y que no lo dejara. Cada vez que él se salía del tiesto, que aparecía el Mr. Hyde, que la insultaba, la perseguía, la culpabilizaba y tenía comportamientos irracionales y agresivos, ella, que no entendía nada de aquel comportamiento, esperaba a que se calmara y suavemente le decía: puedo ver que tu ves algo en mi que te hace daño, que no soportas, que te hace sufrir y no lo sabes expresar y me lo muestras emocionalmente. Soy incapaz de ver eso que tú me señalas, solo puedo percibir el maltrato, los insultos, sentir miedo a tus ataques y a tus comportamientos agresivos. Por todo ello, creo que no podemos hacernos felices el uno al otro, no se quién es el culpable, ni me importa, puedo suponer que los dos actuamos de buena fe, pero nos herimos mutuamente. Nadie en su sano juicio pensaría que esto es amor. Vamos a dejar la relación.

Esas palabras eran insoportables para él. Automáticamente Mr. Jekyll aparecía, sereno, sensible, arrobado, vulnerable, necesitado de comprensión y de amor. Entonces, él reconocía ser la víctima de su Hyde, y que solo ella podría rescatarle de tan dolorosa situación. Ella era toda su esperanza de redención, sólo él era su propia víctima y ella su única oportunidad.

Ella ya sabía, a estas alturas, que sólo había una víctima: ella. Sin embargo, todavía pensaba que podía hacérselo comprender a él. Explicarle, de nuevo, porqué ella no podía ser su rescatadora. Verás, le dijo, es como si tú me pegas una paliza y yo estoy herida en el suelo, queriéndome alejar para salvar mi vida, y entonces, tú, con lágrimas en los ojos, me dices que no me vaya, que necesitas que yo te salve de tu agresividad conmigo. Es un poco loco todo, no?

En ese momento, él se ponía a llorar desconsoladamente, no le importaba el público a su alrededor,  sabía que la batalla verbal estaba acabada, por ahí no podía seguir. Ahora solo quedaba la emocional. Mostrar tal vulnerabilidad y desvalimiento que le obligaría a ella moralmente a ocupar otra vez el rol de cuidador.

Y así fueron jugando el dramático juego, hasta que ella decidió salir de la simbiosis: lo dejó.


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