Nos cuesta contactar con nuestros patrones mentales desadaptativos o no funcionales. Solo algunas dificultades emocionales o físicas ( ansiedad, preocupaciones, inquietudes) nos hacen intuir que algo no va bien.
Incluso aunque seamos conscientes, nos cuesta
cambiar patrones desadaptativos, en el aquí y ahora, que nos impiden avanzar o que directamente nos meten en problemas una y otra
vez.
El cerebro humano está formado
por patrones neuronales, reforzados por la repetición y que predicen y nos
preparan para actuar de la misma forma la próxima vez. Estos patrones harán que
nos enfoquemos en seleccionar de la realidad aquello que encaja con ellos.
Si de niña tuve un padre con
conductas autoritarias y críticas y mis respuestas era de miedo y sobreadaptación,
mis reacciones de adulta ante cualquier comportamiento autoritario y crítico
serán las mismas que durante mi infancia, descontando la posibilidad de
afrontar dicha experiencia desde el poder personal y la asertividad. Y
probablemente, cuando me sienta en una posición de autoridad, repetiré aquellos comportamientos
autoritarios y críticos de mi padre. De esta manera el original patrón
construido en la niñez se irá reforzando por la repetición automática que se
dará a lo largo de la vida, salvo que cambios externos o internos nos impulsen a
cambiar ese viejo patrón a través de la repetición de nuevas conductas.
Nótese que hablamos de conductas,
no de personas. Las personas no son desadaptativas, solo algunas de sus conductas. La mayoría de nosotros confundimos las conductas con la persona que
las ejecuta, perdiendo la capacidad de ver, detrás de esa conducta, todo un
mundo oculto de motivos y necesidades
genuinas que todas las personas pretendemos satisfacer aunque para ello
no dispongamos de la conducta adecuada.
Las experiencias infantiles se
graban neuronalmente. El diseño y la estructura de nuestro mundo interno se
creó en nuestra primera etapa vital. A partir de esa estructura vamos
incorporando nuevas experiencias interpretándola con aquellos viejos patrones
infantiles, reforzándolos o confirmándolos, configurando lo que lo que Berne
llamó Guión de Vida.
En esos viejos patrones se
encontrarán las emociones, pensamientos y conductas propias y de nuestro entorno más cercano que configurarán nuestra
manera de vernos y de ver el mundo.
Gracias a nuestros padres o
figuras parentales (padres, cuidadores, etc) pudimos sobrevivir. Nuestra vida psíquica
y física dependió de los estímulos recibidos que nos permitieron construir esas
sinapsis que estructuraron nuestro cerebro y nos dieron un marco para situarnos el mundo. Si al
niño no se le estimula, no desarrollará adecuadamente sus capacidades intelectuales.
Por otro lado, la familia solo reforzará aquellas las conductas, pensamientos y
emociones del niño que encajen dentro de su esquema. De esta manera, el niño necesitará
adaptarse de la mejor forma a esos esquemas previos para obtener los máximos beneficios
o evitar problemas.
Tan responsable es el adulto del
presente de su personalidad en el aquí y ahora, como lo fueron sus padres o
figuras parentales de las que mostraron. Dieron lo que tenían, de donde no hay,
no se espere recibir.
Acabo de leer un artículo de un
periódico digital en el que se promociona un libro titulado
'El hijo del capitán trueno' que Miguel Bosé va a publicar este mes. En
el artículo se extraen algunos episodios que Bosé recuerda de su niñez. Me ha
sorprendido un relato muy duro sobre cómo su padre rechazaba su afición a leer
porque creía que eso le iba a impedir desarrollarse como un “hombre” y le haría
una “Mariquita Pérez”. En aras de hacerle un "hombre" y de que aprendiera “las cosas
de hombres” como la caza, se lo llevó durante un mes a un safari a África. El
médico, antes de partir, entregó un frasquito al padre con unas píldoras diciendo:
“que no se te olvide, que no se te olvide Luis Miguel, son contra el paludismo,
y me da igual si tú no te las tomas, pero al niño se las das religiosamente o
te mato”. Por supuesto, el padre que rechazaba el poder o la utilidad del
conocimiento y la lectura, confiando ciegamente en la fuerza bruta, no le
protegió con las píldoras de quinina, argumentando que “eso era una mariconada
que no servía para nada” y el niño volvió sufriendo los efectos del
paludismo que le provocaron un gran deterioro y una recuperación difícil.
El extracto del libro termina con
la frase: “El bicho que se me había instalado en el hígado, bien al reparo, fue
otra de las desgraciadas herencias que recibí de mi padre”.
Esta frase me ha llevado a pensar en el posicionamiento acérrimo que ha liderado Miguel Bosé contra la medicación para evitar otra amenaza vírica, descontando la peligrosidad de la Covid19 y negando cualquier beneficio de la vacuna, tomando una posición tan cerrada y absoluta como su padre, que se describe como impertérrito ante los hechos que mostraban el riesgo de muerte de su hijo. En el pasado el padre enfrentaba prejuicios sobre hombría e intelecto, como si la hombría impidiera lo intelectual o la racionalidad. En el presente, el hijo, enfrenta ciencia y libertad, como si la investigación científica impidiera el disfrute de la libertad personal o como si responsabilidad personal fuera en contra de libertad ¿Se trata quizás de otra desgraciada herencia que recibió? Lo dejo a vuestra reflexión.
Las personas que se autocompadecen
o se sienten resentidos por no haber recibido de sus figuras parentales la ternura
y el cariño que hubieran deseado, suelen perdonar con facilidad y agradecer a
sus cuidadores lo recibido, cuando comprenden que aquello que experimentaron, tanto
lo negativo como positivo, le permitieron desarrollarse hasta alcanzar la edad
adulta. De no haber recibido esos estímulos, incluso los negativos, les hubiera
supuesto su muerte psíquica.
Es curioso, en general, como vemos los defectos de nuestros padres sin
ser capaces de ver como los reproducimos también nosotros. A consecuencia de
esto, las virtudes y defectos familiares siguen cultivándose en las siguientes
generaciones, aunque las nuevas circunstancias vitales las revistan de nuevos
ropajes. Podemos entonces hablar de “en mi familia somos así”, “soy como mi
padre”, “los Pérez somos tozudos”, o “no quiero ser como mi madre” (implica que
queremos ser lo contrario de lo que tememos que podamos estar siendo y por tanto nos polarizamos), etc; asumiremos
las creencias que el niño decidió adoptar influidos por ese entorno y que
incorporamos como propias: No puedo equivocarme, debo hacerlo perfecto, los
cambios son dolorosos o peligrosos, si no hago lo que los demás quieren no me
van a querer, tengo que ser fuerte, etc.
Y así, estaremos viviendo bajo un
corsé mental más o menos rígido del que solo lograremos escapar si nos
enfrentamos al cambio. En ese cambio estaremos solos, con la plena
responsabilidad de la reparación o modificación de aquellos patrones disfuncionales
que no deseamos.
Eso o lamentarnos eternamente.
Un cambio que será más fácil
desearlo que conseguirlo y que requerirá de la conciencia del prejuicio, esfuerzo y regularidad.
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