Los padres generalmente vamos a
dar caricias condicionales e incondicionales, la cantidad de unas u otras puede
depender de cómo fueron las que recibimos nosotros a su vez de nuestros padres. Posiblemente no sabemos dar
aquello que no pudimos recibir. Si los padres no mostraron su amor por sus hijos
con caricias incondicionales, probablemente sus hijos difícilmente podrán hacerlo con sus
descendientes tampoco.
La mayoría de las condiciones que
los padres nos ponen para “ser amados” tienen que ver con “portarse bien” o
“lograr algo”. Por tanto, el niño
puede deducir que sólo merece ser querido cuando se comporte como el otro
espera o cuando su rendimiento sea el esperado por los demás. Y además, cuando
el niño se convierte en adulto, será, finalmente, su juez interno (reflejo del
que tuvo en su infancia) el que va a determinar si él está cumpliendo estas
condiciones y, por tanto, si merece o no ser querido.
La primera condición “portarse
bien” tiene que ver con el refuerzo de los padres o figuras parentales. El qué
y el cómo de los comportamientos de “portarse bien” será premiado o castigado
por el modelo familiar. Por ejemplo, puede reforzarse con risas y comentarios
llenos de orgullo, el “gran temperamento” del hijo o hija que no admite ninguna
orden, el primer día que el niño muestra su “miedo” cuando le han dejado al
cuidado de una persona que no conoce y de la que el rechaza cualquier
indicación.
“Mira lo que dice/hace tu
hija/o!!!! jajajajajajaja!!!” Ríen los padres al unísono mostrando su gran
satisfacción por la bravía infantil.
De esta manera, este niño o niña
escribirá en su red neuronal un mandato parental en el que un comportamiento de
ese tipo es el que deberá mostrar en el futuro ante cualquier estímulo que le
produzca miedo, obteniendo, independientemente de sus consecuencias en el momento
actual, el placer profundo de sentirse admirado y amado por sus progenitores o de su Padre interno,
haciendo lo que se espera de él/ella.
Aquel comportamiento primigenio
que realmente escondía miedo detrás de su comportamiento fue interpretado bajo
la necesidad narcisista parental como “mi hijo tiene carácter”, cerrando
inmediatamente la puerta que facilitaría al niño ponerse en contacto con sus
emociones reales y modelando en él una
falsa ira.
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